Hace unos días entré a una
librería pensando alegremente en que iba a gastarme unos buenos pesos comprando
libros de calidad para insumo de mis clases. Llegué a la estantería de los
textos de Derecho, ojeé los títulos en los anaqueles, al principio me costó un
poco hallar lo que buscaba pero al momento encontré un compendio grueso de
Propiedad Industrial de un autor que no recuerdo; le di vuelta a la tapa y ahí
se vino abajo mi fervor… en la etiqueta, escrito a buen pulso y con lapicero,
estaba el precio del libro que tenía en mi mano pero que no podía llevar a mi
casa. Pensé con esperanza que ese debía ser un caso aislado, así que decidí
seguir buscando algo adecuado a mis capacidades. Encontré un segundo libro
sobre la materia y, lo mismo, el precio exorbitante; así que pensé que tal vez
era porque me estaba topando con ediciones “de lujo”, con tapa dura, letras
doradas, separador incluido y en algunos casos CD´s instructivos… pero no,
porque al seguir viendo encontré otros libros con materiales mucho más modestos
y aún los precios seguían siendo astronómicos. Y así, entre anaqueles y libros
con precios infladísimos me fui sacando la idea de poderme llevar algo de esa
librería que no fuese una frustración. Consternado, llamé a una de las trabajadoras
y le pregunté si es que esos precios tan altos estaban sólo en esa tienda o había
un error (la librería tiene muchas sucursales), ella me quedó viendo con cara
de “¿acaso no sabés dónde estás? y asintió. Yo –aún más consternado- le pregunté,
¿incluso en las librerías dentro de las universidades?, la respuesta siguió
siendo que sí, los precios no varían ni siquiera en las sucursales que están
ubicadas dentro de las universidades. Así que, como resulta lógico, me autoflagelé por mi actitud y para
corroborar que o “era yo quien estaba fuera de la realidad o esa librería era
una especie de espacio atmosférico y
lejano a la realidad del nicaragüense”, me puse a consultar en el internet uno
de los volúmenes, del cual recordaba el nombre y su autor; por ahí me encontré
con que estaba en Amazon, a casi un tercio[1]
del precio de venta de la librería. Pero claro, a ese precio online se le tienen que agregar los
costos de transporte, que quizá puedan ser de un octavo del valor total del
volumen en la librería, y hasta donde sé nada más, porque los libros no están
sujetos a un impuesto de importación, de manera que el resto del precio neto
del libro (más o menos un 60% del valor excedente, tomando como referencia el
precio en Amazon), es un gran margen de ganancia para la librería.
Afortunadamente y para mi
consuelo, en la web encontré un blog colectivo que hacía referencia a esta
obra, y este me llevaba a otro blog que me tiraba un link de descarga de la obra íntegra. Luego de darle click al link sólo tuve que esperar un par de segundos para tener acceso a
la obra, en cualquier momento y de la forma en que dispusiera en adelante, pero
sobre todo: la descarga era gratuita. Para muchos el significado de palpar hoja
con hoja el libro o de sentir la textura de su pasta u oler el aroma a nuevo es
incalculable. Pero poco a poco nos estamos desacostumbrando a ese hábito, o nos
están obligando a desacostumbrarnos, pues en una economía que responde apenas a
las necesidades básicas de supervivencia adquirir un libro nuevo resulta un privilegio. Entonces descargamos,
fotocopiamos, compartimos, reproducimos, en fin, hacemos posible que el
conocimiento se difunda de formas que podamos costear, no jodemos al librero, no
es esa nuestra intención, porque habrá quienes (creo que muy pocos de hecho)
tengan la capacidad de pagar esos precios exorbitantes.
Pero hay quienes nos dicen que lo
que estamos haciendo está mal, que descargar ese libro y guardarlo en mi disco
duro fue una conducta tan prohibida como que hubiese huido como loco de esa
librería con libro en mano y sin pagarlo; es decir, que para esta gente, ambas
cosas constituyen delito en condiciones idénticas ¿Por qué? bueno, lo que pasa
es que el autor es el titular exclusivo de esa obra, eso significa que él y
sólo él puede disponer de la obra libremente, establecer cómo se reproducirá,
con qué editorial se publicará y de qué forma se prohibirá su reproducción
también. En el libro que yo descargué, por ejemplo, creo improbable que haya
sido el autor quien por su voluntad haya permitido la descarga libre en
internet (sobre todo porque no aparece por ningún lado el aviso de “se permite
su uso para tales fines” o que la obra está protegida bajo licencias Creative Commons, que serían los 2
supuestos básicos del uso compartido), lo más probable es que, o alguien se
tomó la titánica tarea de transcribir íntegramente el libro o alguien con mucho
tiempo libre se puso a escanear página por página.
En fin, la obra llegó a mí cuando
más la necesitaba, y su contenido va a ser de gran ayuda para mi clase, por lo
que estaré divulgando conocimientos que mis alumnos van a analizar y luego
compartir y poner en práctica, y todo esto (en el deber ser teórico) va a generar una cadena de aporte a la sociedad,
acaso uno de los principios elementales de la regulación de la propiedad
intelectual. Pero a Stephen Fishman (el autor) y a sus editores pueda que esto
les importe muy poco y decidan demandar al colectivo de bloggeros por colgar la obra que está protegida bajo
derechos de autor sin ninguna autorización de su titular, sólo porque la Ley se
los permite, es más, los exhorta a que lo hagan. De manera de que, para la Ley
y para quienes la persiguen fervientemente, es mejor que nos saquemos la idea
de la cabeza y nos privemos de ese
conocimiento que no nos corresponde porque su autor no lo ha puesto a nuestra
disposición. Entonces, en nuestra realidad nos quedan 2 vías: o dejamos de
comer y nos vamos a empeñar el alma por comprar un libro (algo que en los
términos más ideales yo haría con gusto) o nos quedamos agazapados en las
sombras de la ignorancia. Como vemos, ambas opciones nos conminan a cruzarnos
de brazos. Claro, hay otras opciones como las bibliotecas públicas o los pulgueros de libros, pero
desafortunadamente su stock suele ser
limitado o desactualizado, por lo que no podría afirmar que son mecanismos de
respuesta directa al problema planteado.
De modo que copiar, distribuir o
reproducir material sujeto a derechos de autor sin su autorización constituyen
actos de piratería, pero esta piratería no surge de forma antojadiza sino que hemos
sido impulsados a propagarla, tal y como David Bravo describe el fenómeno:
La
piratería es hija de un sistema que ha condenado al hambre cultural a la mayor parte
de la población. Esta censura del siglo XXI en la que se ha convertido el
precio, es la mayor promotora de la subversión que supone la copia. Cuando los
excluidos han conseguido acceder a avances tecnológicos que les daba entrada en
un círculo reservado a una élite, el poder económico ha reaccionado con la
táctica del miedo, el engaño y el coscorrón.[2]
Pero analicemos la proveniencia
de tal disposición normativa que atenta tanto contra el acceso a contenidos: el
sistema de protección de los derechos de autor es sumamente funcional en los
países desarrollados, su carácter restrictivo y monopolista temporal (los
derechos del autor son temporales) no limita enormemente la capacidad del
consumidor promedio de acceder a esa fuente de conocimiento: así, un ciudadano
de un país desarrollado puede destinar una pequeña parte de su salario para
comprar una cuota de libros al mes e ir nutriendo su biblioteca. No hay un gran
problema –al menos no de índole económico- en que el autor frene la capacidad
del consumidor de adquirir el libro en la web abierta y de forma gratuita,
porque igual le sobran unos dólares al fondo de la bolsa de su pantalón para
comprar el libro nuevo del autor. De
esta manera hay un equilibrio: el autor gana por las ventas y el consumidor no
se despoja de mucho. Esa no es nuestra realidad: si yo hubiese elegido comprar
el libro que deseaba en esa librería esa inversión hubiese implicado quizá la
mitad de mi pago mensual como maestro, de modo que no me despojaría de un sobrante sino de una cantidad
significativa de mis ingresos y eso, valga decir, crea un impacto tal que hace
dudar de si existe un beneficio real como contraprestación.
Por otro lado y siguiendo con los
libros, aquí pasa un fenómeno muy peculiar: he conocido de muchos casos en los que
ediciones enteras de libros pasan guardadas en cajas y éstos, por acción del
tiempo y de una serie de agentes se deterioran hasta el punto de perderse, es decir, ya nadie los
compraría; quizá no porque la obra sea mala, sino porque, o) las librerías
venden la obra a un precio exorbitante o) entre la ganancia contemplada para el
editor, el distribuidor y la librería, el precio es inalcanzable para el
consumidor, o) por pésimas técnicas de marketing. Por eso hay muchos que afirman
que meterse en el negocio editorial en Nicaragua es arrojar tu empresa y tu
inversión al fracaso. Yo refuto ese planteamiento anquilosado y mediocre de
quienes lo fabricaron; en mi experiencia como administrador editorial –por el
contrario- vi una buena oportunidad para desarrollar un negocio, sin necesidad
de limitar en forma alguna la oportunidad a que el público accediera libremente
a la obra.
Recapitulando sobre lo anterior,
ante las pocas opciones y el abanico de limitantes que tenemos, internet viene
a ser una suerte de justiciero que quita a pocos ciertas prerrogativas (aun y
cuando estas sean legales) y da a muchos la capacidad de acceder a conocimiento
que jamás habíamos soñado con tener. En términos económicos prácticos, a todos
nos resulta más lógico pagar una factura mensual de $10, $25 o incluso $40 de
internet (dependiendo de la optimización y del proveedor de servicio) que dejar
nuestro salario en libros cuyo costo, por muy delicioso que pueda ser palpar la
textura de sus hojas u oler su aroma a nuevo, nos resulta inalcanzables. Pero
el mismo internet, como superestructura casi imposible de mensurar, corre
riesgos en su esencia libre. Hay un
conglomerado de compañías, --amantes del lucro incesante para sí mismas, mal
acostumbradas a tener superávits estratosféricos año con año y detentoras de
muchísimos títulos y licencias de derechos de autor- que están ejerciendo una
fuerte presión internacional para frenar al internet en sus rieles y limitar
sus capacidades, propugnando por una red supervisada por estructuras estatales,
paraestatales e internacionales, en una especie de espionaje orwelliano nefasto. Por ende, nada
tenemos seguro, si el lobby de estas
compañías y sus intereses surte efecto y los gobiernos y sistemas
internacionales establecen medidas restrictivas –las cuales ya se han
implementado en ciertos casos- pronto estaremos ante un internet sumamente
limitado, supervigilado y atado a un régimen de control que en atención a la
protección del establishment
corporativo acabaría con la web como el
instrumento social que hasta el momento ha sido. Hasta la fecha, internet ha
logrado escabullirse de las redes del control vertical, pero si esto llegara a
suceder nos estarían obligando –al menos a los más curiosos e intrépidos- a
convertirnos en hackers para burlar
los sistemas de control, al auténtico estilo underweb[3].
Pero estas medidas conllevarían a consecuencias mucho más espeluznantes:
quienes controlarían internet controlarían todo el contenido que ahí se genere,
nada sería en realidad libre ni representativo de un sentir social auténtico,
toda la información pasaría por un filtro y se generaría cada vez más contenido
más estéril, reduciendo la libertad de expresión a su mínima expresión. Muchos
me dirán que eso es algo que ya está sucediendo, bueno, en países como China o
Irán internet es un sistema limitado; la CIA, el FBI y la INTERPOL utilizan
sistemas de búsquedas para encontrar coincidencias con palabras o elementos que
a ellos les parece sospechosos…sí, existe vigilancia en el internet, empezando
porque el sistema deja un rastro, pero la estructura es demasiado grande como
para ser controlada en su amplitud y pocos actores han tenido la intención por
retenerla. Pero hay una amenaza latente de que esto sea por poco tiempo.
Para concluir, es pertinente
aclarar que no estoy 100% de acuerdo en que todo sea copiado o reproducido de
forma indiscriminada y en detrimento del autor, a mí mismo me molestaría mucho
encontrar extractos de este documento en un sitio sin que siquiera se me cite
como el autor del mismo. Claros de esto, vamos a que los mecanismos de
protección deben ser equilibrados y sobre todo, deben darse sobre la base de
una realidad social concreta y no sobre castillos construidos en las nubes, es
decir, que las exigencias de un sistema jurídico deben de estar aplicadas a un
marco contextual y específico para que logren ser funcionales. Con respecto a
la limitación de internet, esperemos que la razón y la libertad de expresión
primen sobre los intereses particulares de unos pocos que detentan mucho, de
otro modo, creo que deberíamos estarnos preocupando por tomar un curso
intensivo del uso de underweb.
[1]
El libro referido es The Copyright
Handbook: What every writer needs to know, de Stephen Fishman, el cual
encontré en la librería local en $92 sin IVA incluido y en Amazon (chequeen el
precio) http://www.amazon.com/The-Copyright-Handbook-Every-Writer/dp/1413316174/ref=sr_1_4?ie=UTF8&qid=1406526014&sr=8-4&keywords=copyright
[2]
BRAVO BUENO, David, Copia este libro, Dmem,
S.L., Madrid, 2005. Liberado bajo licencias Creative Commons y disponible para
su descarga en www.worcel.com/archivos/6/David-Bravo-Copia-este-libro.pdf
[3]
Para conocer más sobre el término underweb
visita http://radiomacondo.fm/2014/02/24/under-web-un-paseo-por-los-bajos-fondos-de-internet/
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